Nota sobre el batallon de San patricio


EL TESORO DE SANTA ANNA

batallon san patricioHabía que hacer algo, dijeron todos sus compañeros; estaban hartos de no haber encontrado en Norteamérica, lo que tanto se había dicho de ella. Se les dijo que era una tierra de oportunidades, que podían acumular riqueza, trabajar, producir, vender e inclusive regresar con sus familiares, o porque no traerlos a residir en dicha tierra; pero nada de eso era cierto, no les había dicho, que para los americanos, ellos los irlandeses, eran considerados unos ebrios holgazanes, indisciplinados, dignos de recibir todos los castigos, inclusive veinte latigazos, por haber tenido el valor, o mejor dicho, haber cumplido la obligación dominical, de haber cruzado el rio y haber acudido a misa.

Claro que el dolor duele y pese que el cielo es estrellado y el viento fresco, no deja de doler el injusto castigo que los jefes de la tropa habían impuesto. – ¡Malditos protestantes¡. – a fin y a cabo, hipócritas, si bien era cierto que su paga en el ejército de los Estados Unidos era puntual, también lo era, que la disciplina no era del todo equitativa con todos los miembros del batallón. Pues para los americanos, los irlandeses, eran no más que unos desertores del ejército británico; unos simples y viles católicos súbditos de Su Santidad el Papa, habían sido acusados de ser la peor gente de Norteamérica, homicidas y ladrones, de esos que tienen problemas legales en Irlanda y cruzan el océano, para llegar a Norteamérica y seguir engendrando el crimen en nuestras benditas tierras.¡Asi son esos inmigrantes¡. No hay que confiar mucho en ellos general, hay que ponerlos en la infantería, para que cuando inicien los combates con los mexicanos, sean los primeros en morir. ¡Quien los manda ser tan brutos¡. Católicos, como los mexicanos tenían que ser; mira que romper la disciplina y la lista de asistencia de la noche, para acudir a una misa y escuchar sermones de un tipo, hipócrita y mas mundano, disfrazado de santo con su sotana negra. ¡Que estúpidos general¡. – Les daremos veinte latigazos a cada uno de estos señores, para que no lo vuelvan hacer, pero son muy brutos, no entienden. Realmente no sirven para nada; han exigido constantemente les traigamos un sacerdote católico, porque los reverendos que nos acompañan en la tropa, no satisfacen sus necesidades religiosas. ¡Pobres imbéciles¡. Tenemos que seguirlos disciplinando, porque corremos el riesgo, de que estos malditos, al primer combate huyan.

John Riley, dentro de sí, no hacía más que olvidarse del ardor que tenía sus espalda a consecuencia de sus latigazos; después de todo, la noche fresca y estrellada no tenía la culpa, de que en el mundo, hubiera gente tan más hipócrita como los norteamericanos; muy parecidos a los ingleses, igual de ambiciosos, habían saqueado su natal Irlanda, constituido latifundios y cometiendo arbitrariedades contra sus connacionales, eran igual que ellos, protestantes e hipócritas que llegaban al cinismo de sentirse en elegidos de dios, pero que no tenían, ni el mas mínimo respeto, a los que creían en el catolicismo. Pareciera que ese fuera su delito, haber defendido la religión, por la cual habían sido creados; no había sido tanto viajar a esa tierra, haber pasado las penurias de aquel viaje largo e incómodo por todo el océano y haber pisado esta tierra, del otro lado del mundo, con el único fin de encontrar trabajo; y vaya, que trabajo, ser soldado y morir al primer combate, en esta guerra contra México.

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